jueves, 13 de octubre de 2022

SIEMPRE NOS ROMPEMOS POR EL MISMO SITIO

Siempre nos rompemos por el mismo sitio.

Será el otoño invitándonos a la incertidumbre, la estupefacción de la luz que se nos escapa, el pánico ancestral al eclipse. Tristeza de cueva prehistórica, de cuando no sabíamos si volveríamos a ver el sol algún día. Superar la oscuridad tiene mucho que inventar esperanzas y algo de disimular heridas. No existe lo que no es nombrado.

Si no le ponemos nombre a la herida, si no le ponemos nombre a la tristeza.

Si no le ponemos nombre a las ganas de volar o saltar.

Si no le ponemos nombre a todas las veces que te miro descontando los segundos que quedan para desaparecer.

Si no le ponemos nombre a la lágrima que nunca te explicaré.


Siempre nos rompemos por el mismo sitio y como quien anticipa otro eclipse me convierto en agua de deshielo para desaparecer poco a poco. Dejo mi fantasma a tu lado sin saber si algún día te darás cuenta de que hace tiempo que me fui. Si me distinguirás entre la niebla de los hechizos que me invento para mantenerte lejos de la oscuridad.


Siempre buscamos el mismo disfraz para mantener el delicado equilibrio entre el silencio y el dolor. Que no se nos note. Que el juicio no se convierta en distancia. Que la alegría sea el cuento que te cuento para hacerte creer que el mundo es un armario ordenado, perfumado de lavanda. Que la alegría sea el cuento que te explico cuando te digo que todo está bien, el orden, la calma.

Si no me reconoces en la tormenta quizá sigamos un rato más ignorando el desorden de la ausencia, el tacto de la distancia. Quizás te quedes un rato más. Quizá aprendo a quedarme.

Nadie querría subirse a un barco en medio de la tormenta.

¿Cuál será el precio para sobrevivir en el eclipse?. ¿Qué romperemos esta vez? El mayor riesgo será descubrir que más allá de la oscuridad todavía podemos ponerle nombre a todo lo que nos da miedo.

O saltar como un pirata sin mapa persiguiendo el espejismo de la aventura.

Luchar contra el eclipse y ganar.

O volver a fingir que los armarios de la memoria están ordenados, que no existe el caos.

O volver a fingir que no estoy cansada de volverme invisible cada vez que no dices mi nombre.

O volver a fingir que no me importa desaparecer.

Luchar contra el eclipse y ganar algún día.

jueves, 9 de junio de 2022

VUELVE A SORRENTO

 

Decía Lawrence Durrell en La celda de Próspero que en algún lugar entre Calabria y

Grecia comienza el azul.


Mi azul, sin embargo, es un refugio de sirenas en el sur de Nápoles. Aquí, en Sorrento, comienza siempre el viaje, la perpetua adoración del azul y todos los motivos que tengo para volver: la memoria, la ruina, el éxtasis del horizonte dibujado, la profecía de un oráculo, la sibila borracha escondida en su cueva, el sol o la divinidad de Turner, los amores imposibles de todos los que alguna vez se han sentido maldecidos por el orden, los fugitivos del caos, la mirada mística de quien recuerda batallas contra divinidades olímpicas , el tiempo perdido entre limoneros y buganvilias, todo lo que no podremos reencontrar nunca más, la belleza conmovida y la brisa que da forma al silencio.



Sorrento. Verano, 2021

Me gusta moverme en la frontera que separa el mito de la realidad. Busco, entonces, algo que me mantenga ligada a la tierra de los vivos, que me permita atravesar con éxito la liquidez del paisaje mientras me desdibujo en el azul de Sorrento. Busco, sigo buscando, algo que me funcione como la rama dorada que Eneas llevaba para bajar al inframundo a hablar con su padre siguiendo las instrucciones de la Sibila de Cumas.


¿Cuántas personas antes que nosotros han añorado este paisaje?


Liparos era el hijo de Auson, que era hijo de Ulises y Calipso y fundador de la tribu de los ausones, los primitivos habitantes de Italia. Si algo nos enseña la mitología griega es que las relaciones familiares pueden ser complicadas así que Liparos vivía exiliado en las islas volcánicas de Eolo, en el norte de Sicilia.


Las islas pertenecían a dioses y volcanes. Eolo domaba a los vientos y Hefesto, el hijo rechazado de Hera y triste marido de Afrodita, trabajaba su fragua en el interior del volcán. Liparos añoraba Italia y eligió Sorrento para instalarse.



Sorrento. Verano, 2021


Llegar a Sorrento desde Nápoles siempre es como una alucinación. Normalmente llego en tren y paseo hasta el mirador de la Piazza della Vittoria para asegurarme de que la visión del Vesubio me persigue, como una profecía de ceniza y poemas. Subo por las calles empinadas parándome a cada poco para contemplar el mar. Hemos venido aquí a adorar al azul, ¿no? Sorrento era el refugio odiseico de las sirenas que ya no pueden hipnotizarnos, sólo observar curiosas como nos ahogamos en medio de la nada sin saber si debemos culpar a la belleza o al dolor.


Cuántas veces alguien habrá llegado sin aliento a ese punto desde donde contemplamos el Vesubio, la única divinidad que aceptamos, cuántas veces alguien habrá buscado las palabras para describir este horizonte magnífico que nos persigue como una obsesión mítica. Cuántas veces habré resbalado por las escaleras que llevan a la Via Luigi di Maio mientras bajaba al puerto, la playa, las barcas, el Aperol en el bar Nonna Emilia, las horas alargadas, el tiempo que no existe. Por fin ganadores de la inmortalidad y la exageración.



Bar Nonna Emilia. Sorrento. Verano, 2021

Sorrento es el misterio que elegimos cada vez que la calma desaparece y necesitamos respuestas a una pregunta que nadie ha hecho. El milagro que nos resucita como si fuéramos las divinidades del sol que dan nombre a la tribu del reino que nos inventamos en cada trago de granita al limone.


Liparos, hijo de Auson, hijo de Ulises y Calipso, añoraba Italia y quiso reinar en Sorrento, el refugio de las sirenas, el destino de los adoradores del azul.


Ma nun me lass,

Nun darme stu turmiento!

Torna a Surriento…


lunes, 14 de junio de 2021

EL ECLIPSE TUVO MIEDO DE MÍ

 

Siempre he odiado los eclipses que desgarraban el tejido de mi realidad, que borraban tus pasos de pájaro en el borde de mi alma. Otros tenían miedo de oscuridad medieval, de cuevas ancestrales, de estrellas que se apagaban en cielos indescifrables. Solo yo odiaba los eclipses porque el miedo nunca fue una opción. Escupí a la cara de todos los demonios fingiendo ser sombra y ser olvido. Fingí saber todas las respuestas cuando ni siquiera había preguntas. Fingí ser valiente cuando solo era la pájara que escapaba de lazos y jaulas y te miraba sorprendida sin saber qué nombre darte.

Otros tenían miedo o fe. Solo yo odiaba los eclipses porque te llevaban lejos y dejaban a cambio restos de tu carne quemada que olfateaba cada noche transformada en quimera. Como si encontrar tu rastro fuera suficiente para traerte de vuelta, como si rescatar los jirones quemados de tu piel fuera lo que pedían los dioses a cambio de mi libertad.

Hubiera luchado contra todos los eclipses para recuperarte en el no tiempo de un sueño que se olvida como se olvidan los calles de las ciudades que nunca visitamos.

Y un día ardí y soñé que ardías y el eclipse tuvo miedo de mí.

Porque fuimos el volcán que petrifica las memorias, que espera dormido con la paciencia de los dinosaurios extinguidos, que explota en fuego líquido, belleza recortada en horizontes azules. Fuimos volcán y ganamos.

Ardí como solo arden los malditos que por fin saben que de las cenizas renacen las leyendas.

Como si me tocaras el corazón cada vez que respiras, como si fueras de nuevo el pájaro que acaricia mis alas de pájara fugitiva para volar más alto, más lejos, más fuego, como si fueras el único nido donde puedo descansar.



domingo, 7 de febrero de 2021

LA TORMENTA ETERNA DE JÚPITER

Nos he soñado dentro de la tormenta eterna de Júpiter. Volábamos en dirección contraria. Te llamaba y girabas en círculos para no verme, como un derviche o el remolino de la negación. La tormenta de Júpiter como una gran mancha roja que se observa desde lejos, bella como la distorsión del tiempo y el espacio, como la gota de sangre que nunca acaba de caer, el pinchazo en el dedo, la maldición de las brujas.

Nunca se protege lo suficiente un corazón. Siempre hay una tormenta perfecta, un huracán que no se acaba, los vientos del cosmos deshilachando los cuentos que todavía no había terminado de explicarte. A lo mejor si miras por la ventana puedes ver los finales abiertos, los diálogos locos de los protagonistas, la malvada bruja persiguiéndome en círculos, en laberintos grises, en campos de batalla. Todos los lugares donde te escondí sin decirte nada para que siguieras volando, para que no te vieran, tormenta perfecta, huracan enloquecido, como una mancha roja en Júpiter, como la sangre en el dedo herido con el que jamás te señalé.

Nunca se protege lo bastante un corazón. Intentaba explicártelo mientras nos soñaba dentro de una tormenta eterna. No me ves. Nunca me ves. No quieres verme.Soy invisible y bailo esquivando remolinos antihorarios para deshacer el tiempo y que intuyas el borde de mi falda, que vuelvas a verme como cuando ganábamos a las tormentas y la eternidad era apenas el reflejo de una gota de lluvia resbalando en la ventana por donde nos escápabamos.

En el centro de la tormenta de Júpiter hay caos y nubes frías y hay los sueños donde aterrizo buscándote para parar los vientos y que estés a salvo.

También hay auroras boreales en Júpiter y son eternas y no se entienden y brillan dispersas y elevan su luz como si quisieran cantar canciones antiguas de tribus nómadas. Me adentro en las auroras buscando brujas que me cambien canciones para deshacer hechizos por el recuerdo de una tarde bella haciéndonos reir. Nunca se protege lo bastante un corazón. Lo repiten las tormentas y las brujas.

Volveré a hacerte un nido de pájaro en el centro de una aurora boreal eterna.

Bailaré invisible alrededor de tu recuerdo. Para que no te atrapen, para que no te encuentren.

Para que el caos bello y eterno del corazón de la tormenta siga siendo tuyo.

Y ojalá me veas en la frontera de un sueño cualquiera, que yo no sea invisible, ni distorsión, ni calma.

Corazón de tormenta.

Eternidad y luz.


domingo, 17 de enero de 2021

LA TRISTEZA TENÍA UN PRÓLOGO

 

Agatha Christie, aquella mujer extraordinaria que pasó su vida entre Inglaterra y Oriente Medio escribiendo novelas de misterio y exprimiendo cada día con la máxima intensidad, dijo en sus memorias que no debemos volver a los lugares donde hemos sido felices. Mientras no lo hagamos aquellos lugares seguirán vivos en nosotros. Si volvemos, los destruiremos.

Sin embargo siempre vuelvo a tu recuerdo, al vestido de flores que no me he vuelto a poner, al tiempo distorsionado, tu abrazo sin memoria ni sentido, el desafío de una primavera que nos hizo creer que seríamos valientes siempre. 

Agatha no tenía razón, no es el retorno lo que nos destruye sino la incapacidad de hacer crecer nuevas primaveras alrededor de los recuerdos antiguos que vuelan como bellas hojas secas, doradas y frágiles. Ojalá nuestra memoria fuera una selva infinita de recuerdos alocados y bellos. Un árbol siempre vivo donde descansar. Que todo lo que alguna vez vivimos o soñamos acariciase a los momentos que están por venir, como si fueran gatos pequeños. Que nuestro pasado imposible fuera el refugio de todos nuestros futuros probables. Ojalá volvieras a deshacer los nudos, los hechizos, las tormentas, mientras dibujo despistada un mapa absurdo y hermoso donde perdernos siempre.

¿Cómo conservar lo que fuiste si todavía quiero que seas? 

¿Cómo ser el capítulo siguiente de una historia de heroes salvajes, de aventura insensata? ¿Cómo rescatar a la protagonista de una jaula de hielo eterno? Escribir los diálogos, que tenga sentido la huida. Encontrar quizás un capítulo perdido entre las flores del vestido que no me he vuelto a poner. Que seas siempre mi lugar feliz al que regresar. Que te guste mi vestido y mi camino, la ruta en espiral que compartimos.

La tristeza tenía prólogo. Uno de esos prólogos que no lee casi nadie. Las explicaciones previas a las que renunciamos, las pistas que no creemos necesitar. Leer el prólogo al final de la historia nos hace abrir los ojos, deslumbrados como animalitos nocturnos que se cruzan con una luz extraña. Entendemos entonces lo que alguien quiso decirnos antes de empezar la historia, el relámpago que rechazamos por prisa o por desidia. Entendemos entonces que la tristeza tenía un prólogo que no supimos o no quisimos leer.

Que nadie me hable del verano que nunca olvidaremos ni de primaveras robadas. Porque antes de este invierno que no entiendo, alguien, el destino o el diablo, escribió el índice de todos los recuerdos que jamás tendríamos. Quedaron petrificados, escondidos en gotas de ámbar, traslúcidos recuerdos nunca dibujados del todo. ¿Hacia dónde hubieramos corrido de haber sabido que aquel preludio triste anunciaba una primavera de adioses definitivos?

Arrancaría las páginas de aquel prólogo absurdo que miente cuando habla de despedidas y de puentes rotos. Iría directamente al final para descubrir quizás que nunca tiene sentido la belleza de un recuerdo petrificado, de un silencio absurdo.

Fuiste mi primavera robada, el verano que nunca olvidaré, mucho antes de que la distancia fuera ley. Todo en ti fue exceso. Todas las ciudades excesivas donde alguna vez he necesitado huir. Eras mi plan de fuga, el rescate seguro, una carrera enloquecida por la avenida principal de cualquier ciudad donde ser anónima. Eras todas mis plazas, las esquinas donde esperaba que sucediera lo extraordinario, el barrio donde hubiera vivido si hubieras entendido mi mapa absurdo.

Que fueras de nuevo mi lugar feliz. Indestructible como un universo de almas cruzadas.

Volver siempre a ti aunque ya no estés.

lunes, 21 de septiembre de 2020

DEBERÍAMOS VOLVER A LONDRES

 Deberíamos volver a Londres. Un día, cualquier día. El tiempo necesario para olvidar los naufragios y recordar el nombre que nos dimos cuando todavía tenía sentido nombrarnos. 

Hay monstruos bellos que quiero enseñarte. El craneo de un lobo en Cheapside y los restos de cocodrilos en la arcilla de Islington, el barrio donde un ángel da nombre a la estación de metro. Londres está lleno de ángeles, de animales salvajes y de fantasmas. Huellas de búfalos en Sant Martin in the Fields, en la esquina noreste de Trafalgar Square. Cuando llueve me refugio en su cripta, bebo te caliente y pienso en los cuadros de Turner en la sala 36 de la National Gallery. Cuando llueve pienso en que me acompañes a Trafalgar Square para poder explicarte cómo encontraron restos de hipopótamos debajo de la fuente, dientes de leones viejos en  Charing Cross, los rinocerontes en las ciénagas del Tamesis cuando todavía éramos prehistoria y no teníamos nombre.

Deberíamos volver a Londres para que podamos andar hasta Saint Paul que antes de ser catedral fue un templo a Diana, la diosa cazadora. El recuerdo pagano se disfraza de ritual, lucha contra el olvido sin saber que el olvido siempre gana. Hasta el siglo XVI todavía se recordaba a Diana sin saberlo cuando se paseaba una cabeza de ciervo en una lanza alrededor del templo cristiano y sacerdotes adornados con guirnaldas de flores la recibían en las escaleras de la catedral. Pero el olvido siempre gana. ¿O recuerdas acaso mi nombre?

Londres está llena de ángeles y fantasmas. Espíritus que protegen nuestros pasos cuando nos perdemos. Me sigo perdiendo cada vez que intento recordar el camino de las fuentes, los callejones, los rascacielos monstruosos devorando el tiempo. Me sigo perdiendo. Sigo sin encontrarte. El Guildhall tiene la cripta medieval más grande de Londres y los espíritus Gog y Magog, protectores de la ciudad, descendientes de gigantes paganos y míticos. Su historia es bella y extraña. Volvamos a Londres para que pueda explicártela, para que siempre te protejan, para que el olvido no gane. 

Para que me acompañes a buscar libros viejos con olor a recuerdo. Vuelve conmigo a Londres para que te explique la historia de Miss Banks que hace siglos recorría las calles londinenses con un vestido de bolsillos enormes donde guardaba libros. La acompañaba un criado de casi dos metros de alto que la protegía en silencio y apaleaba con su bastón a quien se atreviera a molestarla mientras se perdía soñadora en las páginas de los libros que encontraba en sus excursiones por la ciudad. 

Pero sobre todo quiero que vuelvas conmigo a Londres para poder explicarte historias de llaves que en esta ciudad representan a la magia y los demonios. ¿Quieres que te explique historias de llaves mientras intento no perderme camino de Islington? La estación de metro de Islington tiene nombre de ángel y hay un fantasma en la plaza de Cloudesley, cerca de Trinity Church. ¿Quieres que te explique la historia del fantasma que recorre las salas del Museo Británico? O aquella vez que la hija del conde Holland se encontró con su propio fantasma paseando por los jardines de Kensington y luego murió. O el fantasma del oso salvaje que se esconde en la Casa de las Joyas de la Torre de Londres.

Vuelve conmigo a Londres y explícame todas las historias que yo no recuerdo mientras me sorprenden de nuevo tus gestos, tu manera de hacerme encontrar el camino cada vez que me pierdo, lo inesperado de existir todavía a pesar de los incendios, los restos de un naufragio sin sentido, este querer regresar. Este deseo de explicarte historias, de que me las cuentes. Este viaje improbable.




domingo, 16 de agosto de 2020

AZUL SORRENTO

Todavía pienso en ti, entre limoneros y buganvilias, el mar azul de Sorrento, las gaviotas como la amenaza sutil del olvido, la brisa que le da forma al silencio. Quisiera que rompieras el silencio, justo aquí, justo ahora, tiempo y espacio acariciándose las puntas de los dedos mientras los planetas bailan y se burlan de nosotros en el cielo de este horizonte de Sorrento, azul para siempre, el misterio de tu adiós, de tu silencio.

Una barca mece dolores de una belleza extraña. Todo continua sin tener sentido. Como esperar que aparezcas entre limoneros y buganvilias, como un Vesubio despierto, como una leyenda antigua en una playa de Sorrento. Las ventanas abiertas, tu corazón cerrado. Rozar las flores blancas del claustro del convento de San Francisco y romperme en tu recuerdo, como si pudiera volver a rozar tu mano alguna vez y hablarte de poetas locos o fugitivos. Lord Byron borracho, Goethe atormentado. La absurda melancolía de Torquato Tasso soñando Jerusalen ensangrentada, medio loco, frente al mar de Sorrento,  mientras escribía la historia de la maga Armida que protegió a Rinaldo, el guerrero, escondiéndolo en su jardín secreto. Todos buscan sirenas y musas en las playas de Sorrento.

Sorrento será el sitio infinito de tu silencio, las flores blancas, el azul imposible, la tormenta que yo misma he creado donde siempre espero verte aparecer. Pensaba que podrías disolverte en el agua como la sal en la herida pero sigues aquí, rompiéndome el corazón en el azul de todos los mares donde intengo ahogarme.

Alguna vez creí ver el reflejo de un Ulises egoista en tus ojos. Dejaste morir a la sirena en todas las playas donde quiso refugiarse. Te alejaste sin mirar atrás cuando los demonios le cortaron la lengua para que no volviera a decir tu nombre. Llenó tus bolsillos de amuletos marineros, de pechinas blancas, de restos de naufragios y aventuras, para protegerte siempre, más allá de todos los olvidos. Siempre.


Sorrento Verano 2020.

domingo, 12 de abril de 2020

LA LIBERTAD DE LOS CORAZONES ROTOS


Decía el poeta inglés John Donne que todos los corazones son corazones rotos. Porque el amor no cabe en ningún sitio, desborda incontenible cualquier posibilidad de ser encerrado. Decía también que los corazones no se rompen en el desengaño o el adiós sino mucho antes, en lo más alto y perfecto de la emoción. Cuando todo desborda y todo se rompe. 

Quizás sea por ello que no hay nada que arreglar y solo nos quede aprender a convivir con las grietas, convertirlas en ventanas, en puertas abiertas, en espacios aéreos donde salir a respirar. Bosques, selvas, amazónicos corazones agrietados reclamando su propia leyenda, playas heladas abriéndose camino más allá de toda lógica. Y recordar entonces que si no somos libres no somos. 

Que solo la libertad nos conduce al centro mismo de la emoción que nos desborda y nos rompe. Que rotos así, por fin, nos convertimos en polvo de estrellas y sangre, en partículas perfectas unidas siempre por los lazos de la libertad. La única frontera que acepto. Mi único regalo para ti ahora que te echo tanto de menos. Solo que volvieras a explicarme tus historias insensatas justificaría las grietas de esta cárcel.

Es conveniente entonces elaborar la lista de los momentos felices, los momentos cortina que disimulan una grieta, los momentos manta que nos cobijan cuando el frío se cuela y parece ganar la desilusión o la tristeza. No parece que haya nada en la lista de los momentos felices capaz de esquivar la nostalgia, la añoranza. Esa manera evidente e inevitable de echar de menos en medio de la nada.

A veces un corazón en pleno ataque de nostalgia, que repasa los momentos felices que lo desbordaron, que te recuerda impaciente siempre a mi lado, siempre conmigo, se parece a un espejo roto que refleja el mundo inverso donde seguimos juntos, ajenos a cualquier intento de separarnos o de hacernos prisioneros.

Y sin embargo aquí están, los repaso, los recuerdo, los momentos felices que fuimos antes de rompernos. La historia inacabada de una grieta en el tiempo. Unir los puntos que forman todos nuestros momentos felices para ver si el dibujo tiene sentido. Si algo tiene sentido. Si el alma inquieta descubre cómo escapar de todos los sinsentidos. 

La certeza insomne de que todo fue real, de que exististe. Que existimos, un día. Que todo lo rompí.

A pesar de todos los poetas ingleses, a pesar de todo, solo tú sigues teniendo sentido.

miércoles, 1 de abril de 2020

IKTSUARPOK


Iktsuarpok, algún lugar entre la impaciencia y la anticipación, según los inuit, el sentimiento que te hace esperar que alguien vuelva a aparecer cruzando una colina o una esquina inesperada.

Intento poner un poco de orden en cada habitación como si así se pudieran enderezar de alguna manera mis laberintos interiores. La mente, el corazón, las líneas de un destino nunca escrito recortadas en las palmas de mis manos, los rincones de las vísceras donde intenté esconderte sin éxito, la punta de los dedos queriendo dibujarte por si acaso un día se me olvida quién fuiste. Quién sabe qué forma tomará la memoria cuando todo esté ordenado. Quién serás entonces...

Encuentro papeles escritos, tu letra, tus palabras, el laberinto de nuevo desordenado. Cada palabra un espejo y el reflejo inverso de una primavera que no nos merecemos. Jamás hubiera imaginado una primavera en la que no estuvieras, sin que me llenaras el corazón de extrañas alegrías incomprensibles. A veces me gustaría volver a ser incomprensibles, a cuando el hoy era un no-sitio, no-tiempo, una eternidad pequeña sin más sentido que existir para siempre en una primavera que dejamos de merecer cuando nos rendimos.

Ordeno habitaciones y al mismo tiempo se desordenan tus recuerdos. Todos nuestros posibles finales golpean las ventanas de mi casa como moscas sucias rebuscando en los restos de una tristeza confinada. Todo está sucio y roto, en cualquier final que elijas. 

No quiero ordenarte. Prefiero tropezar con los restos de tu naufragio cada vez que me pierda en la oscuridad.

Salir a encontrarte, atravesar el fuego como siempre lo hice. Como siempre lo haría.

Que suenen las canciones de todos los bailes que nunca me concediste, que pueda recordarte siempre en todos los idiomas, en todas las palabras de nieves, de mar, de aurora, de selva, de templo antiguo. 

Que todas las palabras extrañas formen un sortilegio imposible, el caos perfecto de constelaciones inventadas enseñándote a volver de donde estés.

Y ojalá estuvieras para salvarme de todos los miedos.

Y ojalá estés a salvo dentro de tu olvido. 
Y ojalá nada te duela.
Y ojalá nada te rompa.
Y ojalá siempre.
Y ojalá todavía.






domingo, 22 de marzo de 2020

EL SILENCIO EN TU RESPUESTA


El corazón se abre en este silencio de puertas cerradas.

Nunca te he visto pasar por debajo de mi balcón. Sin embargo salgo a respirar y me imagino que te veo y que te llamo y que te esperas y que bajo. Y te digo que nos vamos y me dices que sí. ¿Cuánto tiempo hace que no me dices que sí?

El nombre que pronuncio imaginando que eres tú quien pasa, se acaba enredando entre las hojas de un árbol que acaricia palabras como quien acuna pájaros pequeños, mensajeros de una primavera inexistente.

Envidio los pájaros más que nunca y envidio tu corazón desmemoriado. Envidio la caricia del tiempo borrando todo lo que ya no necesitas. Envidio que me hayas olvidado aunque siempre elegiré tu recuerdo por encima de cualquier paz. Envidio los que éramos, cuando pensábamos que teníamos todo el tiempo por delante, cuando cada día teníamos un mañana, cuando todavía me sorprendía al verte y descubrir que no había silencio capaz de borrar tus huellas de mi camino. Que nunca podré borrarlas aunque no vuelvas a estar. Que no quiero.

Salgo al balcón buscando pájaros y flores, imaginando que me escapo como me he escapado siempre, de casa, del país, de las certezas, de las cadenas, de las jaulas, de la moral recta y obligada, del pasado, del futuro, de todo lo que no entiendo, imaginando que pasas despistado y te llamo y me esperas y nos vamos.

Imaginando todas las cosas que te diría si no tuviera que aceptar el silencio de tu respuesta.