sábado, 2 de diciembre de 2017

Desde el recuerdo

Escribo desde el recuerdo. Parece que fue ayer cuando llegué a Beirut. Era de noche, hacía calor, la luna llena acompañaba mi viaje en taxi del aeropuerto al hotel. Me desbordaban las ganas de recuperar mi Oriente Medio, perdido en miles de rutinas, cambios de vida, giros de guión inesperados, incompletos. Volver al principio. Volver a casa. Una casa que no se alza sobre cimientos sino sobre las raíces antiguas de deseos infantiles y sueños adolescentes. 

La ciudad me despertó luminosa después de una primera noche de sueños circulares donde profetas desorientados se ofrecían a darme cobijo y alimentarme con dátiles.
Todo me parecía laberinto en mis primeros paseos solitarios por Beirut. Todo el mérito de la confusión era mío, capaz de perderme en mi propio barrio, de despistarme con un letrero pintoresco en una tienda de alimentos, con los altares a vírgenes y santos esperándome en cada esquina, con las cicatrices de guerras cercanas en las fachadas de los edificios. 

Buscando iglesias en aquel primer paseo llegué hasta la bella mezquita sunní de Mohammed al Amin, la mezquita azul. Es una construcción moderna, financiada por Rafic Hariri que fue  Primer Ministro del Líbano hasta su muerte en un atentado en 2005. La mezquita fue inaugurada en 2008 y dicen que recuerda un poco a la gran mezquita azul de Estambul. Tardó seis años en acabar de construirse y dentro caben cinco mil personas. Al lado se encuentra el mausoleo de Hariri y siete miembros de su guardia que también murieron en el atentado. En el momento de la inauguración repicaron todas las campanas de las iglesias que hay alrededor para acompañar el acto.

Durante mi primer paseo por Beirut no escuché las campanas que buscaba sino la llamada a la oración desde la mezquita azul. Tan increiblemente bonito... Me vino a la memoria la primera vez que escuché cantar al almuedano. Fue en Rabat, en 1999, aquel año perfecto de mi post adolescencia estudiando en Marruecos. Paseaba por el mercado con mis compañeras de residencia. Buscábamos una escoba y khol para pintarnos los ojos. Nos quedamos plantadas en medio de la calle, hipnotizadas, mientras aquella voz distorsionada por unos altavoces de mala calidad llamaba a la oración. Algunos de los recuerdos más intensos de mis viviencias en países árabes tienen como banda sonora a algun cantante de pop egipcio, a Fairuz o a un almuedano. La mezquita Hassan II de Casablanca donde pensé que me convertiría al Islam en otra noche de luna llena, las mezquitas del Cairo despertándose como un dominó desde la Ciudadela de Saladino...

Sin duda alguna, la más bonita de todas hasta el momento ha sido la de la mezquita azul de Beirut. El regalo de una voz inesperada y clara que se dejaba escuchar por encima del caos urbano, del desorden del tráfico al que nunca me acostumbraré. Mezquita rodeada de iglesias en una ilusión de posible convivencia. La catedral maronita de San Jorge cuyas campanas esperaba poder escuchar, la catedral griega ortodoxa también de San Jorge, la pequeña capilla de la Anunciación ortodoxa...

Así me recibía Beirut. La voz envolvente y perfecta de aquel almuedano provocándome un rapto místico de monoteismo indiscutible; militares haciendo guardia atentos a mis movimientos y a mi evidente tendencia a meterme donde no debía y a perderme; taxis locos haciendo sonar el claxon por inercia, siempre y en todo momento; los rascacielos, las cicatrices, el caos; el rugido sudoroso y apasionado de una ciudad que sin duda iba a ser mía.

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